Lo que hace décadas empezó como una alarma respecto al consumo, cada vez más generalizado, de ciertas sustancias capaz de generar una alta dependencia física, ha ido evolucionando en un sinfín de consumos, conductas y emociones, capaces de provocar efectos tan dañinos o más que el consumos de aquellas primitivas sustancias que se englobaron en la denominación de Drogas.
Estos momentos, en muchas sociedades occidentales (ya aluna que no lo son) se han “normalizado” socialmente michos de aquellos consumos que hace apenas 30 años eran vividos como sumamente alarmantes.
Más allá de la razón o no de relativizar ciertos consumos de sustancias adictivas, habría que pararse en la infinidad de nuevas adicciones o la evolución de otras ya existentes. Podemos caer, y creo que hacia ello caminamos, en el error de confundir falta de alarma con normalidad o de pensar que libertad personal debe presidir las acciones personales sin tener en cuenta que después, las consecuencias, se pagan también en parte, no solo por que realiza cierta acción, si no por toda la sociedad.
Las conductas adictivas personales acaban teniendo un reflejo y unas consecuencias en la sociedad que deberían hacernos reflexionar sobre el hecho de que cuando alguien entra en una espiral adictiva, no solo se condena él, si no que pone en jaque a la sociedad que le rodea.
Claro está que muchas de estas nuevas adicciones y las clásicas, vienen en gran medida por que una parte de la sociedad las potencia, otra no las previene y una gran mayoría no actúa porque cree que personalmente no le afecta.
Habría que hacer hincapié en que el conjunto de personas que vive bajo el yugo de una adicción, que no son pocas en el mundo, interfieren en un desarrollo más justo y razonable de la sociedad en su conjunto. Por una parte, porque ellos no sólo no aportan gran parte de sus potenciales a la sociedad, si no porque al mismo tiempo, apoyan inconscientemente a otra parte de la sociedad que está dispuesta a todo por “hacer caja” de la desgracia ajena, en este caso, del error de pensar que depender de “algo” de forma irrenunciable, es una forma de entender la vida.
Todo esto se me ocurre previo a hacer una reflexión sobre lo que podíamos denominar las “adicciones…….”
Estas “adicciones inoculadas” son las que cada día esclavizan a más personas, yo diría hoy por hoy y en mundo occidental, afectan a la inmensa mayoría de las personas. Inoculadas, porque no se adquieren, cual si fuera una campaña obligatoria de vacunación, a todos nos inyectas por el simple hecho de vivir en esta sociedad.
En principio, estas adicciones no son a sustancias, aunque el consumo de muchas sustancias (adictivas o no) forman parte de la ellas. Estas adicciones no son a conductas aunque la pérdida de libertad frente a ciertos comportamientos también forman parte de la misma. Estás adicciones no lo son a emociones, aunque cada día estas ganan más adictos y como las anteriores, conforman este modelo de ”adicciones inoculadas”.
¿Y a que me refiero con este tipo de adicciones? Pues me refiero cuestiones como la perdida libertad para tener opinión propia, a la dependencia de la opinión estructurada y machacona de los medios de comunicación que han acabado con la auténtica opinión pública.
Me refiero a la adicción al conformismo, al sacrificio de los posicionamientos personal en aras de ser “uno más” “como todos”.
También me refiero a la adicción a creer que son los demás lo que “pueden”, los que “deben”, los que “deciden” y que nuestro papel es seguirlos sin más (aunque se trate de que refresco tomo).
Cabe también aquí la adicción al “sistema” por dañino que sea y evidentes sus nefastas consecuencias...
Como cualquier adicto clásico, estos “adictos inoculados”, no son conscientes de que viven por y para la adicción. Como ello afecta a una importante mayoría social, se entiende que es una “forma de vivir acorde a los tiempo” o “ahora somos así”.
Gran parte de la sociedad da ya por sentado que será engañado por quienes tienen poder y que lo único que hay que procurar es ser de los menos engañados. Que comeremos, vestiremos o haremos, lo que dicte la “moda”, la “oferta” o el marketing de la temporada.
Gran parte de la sociedad y esencialmente los adolescentes y jóvenes, son adictos a la “cultura del al espera” que consiste en eso mismo, esperar a que te digan que toca hacer, pensar o decir, ahora.
Nos vamos haciendo cada vez adictos a la basura mental (como a la comida basura) que se dicta desde la TV esencialmente, por quienes como los narcos, tienen interés en vivir de los demás, aunque los demás pierdan la personalidad, la noción de quien son o incluso de “si son”.
Nos hemos convertido en adictos a vivir la violencia como algo cotidiano, la injusticia como parte de esta sociedad, y podemos comer tranquilamente ante las imágenes de decenas de cuerpos destrozados por una explosión, de cientos de niños desnutridos al borde la muerte o enterándonos, sin que ello nos haga reaccionar, que quien en quien debíamos confiar es un proxeneta, un pedófilo o un defraudador.
En definitiva, lo que hace décadas era una necesidad: estar integrado en el grupo social, se ha convertido en una lacra que está acabando con los valores y las capacidades de las personas. Estar integrado en la sociedad actual es tanto como “ser adicto” a una serie de sin sentidos tan grandes como lo era y es estar enganchando a la heroína. La razón es bien simple, la sociedad no en que nos desenvolvemos no es nuestra “sociedad”, es la sociedad de ellos, y está precisamente pensada para beneficiar a esos “ellos” por duras que sean, que lo son, las consecuencia para los demás.
Esta epidemia generada a conciencia enmascara a las adiciones clásicas, porque si la violencia, la desesperación, la muerte y la injusticia social, son temas aceptables y hasta justificables en esta sociedad, la pérdida de libertad que provocan las adicciones, es una mal menor.
Pero lo peor, es que en su conjunto, salir de estas adicciones inoculadas solo tiene dos vías: la revolución (entendía como cambio social profundo) y la educación (otra forma educar, sin lugar a dudas). Ni que decir tiene que además estas dos vías son multiconcurrentes y multidependientes, lo que hace que la solución sea compleja.
Resumiendo, hay que hacer una revolución basada en una nueva educación o acabaremos todos olvidando que la adicción es un problema y creeremos que es “nuestra forma de vivir”. Antes de que esta creencia se haga mayoritaria, debemos actuar, cueste lo que cueste.