lunes, 11 de abril de 2011

Vivimos en una sociedad en la que el rasgo más característico y definitorio es el del consumo. La sociedad actual está dominada por los excesos. El uso no satisface la necesidad, la sobrepasa y es el exceso lo que “pone”, lo que excita, la razón del mismo uso/abuso.
El objeto de la adicción no sólo se encuentra ubicado en la sociedad (porque también las drogas ilegales están dentro de ella) sino que, además, es parte constitutiva de la misma e integra su tejido social. Su consumo moderado puede considerarse no sólo mera manifestación del sistema sino que “hace el sistema”.
Cada sociedad y por tanto, cada momento histórico, genera sus propias adicciones, que son multiplicativas con las de las sociedades anteriores y sus propios adictos. Las adicciones no son modas, acaban convirtiéndose en “cultura”, que no es
otra cosa que el proceso de socialización de la adicción, o dicho con otras palabras, en normalizar la adicción para que se constituya en parte de la “presunta normalidad social y cultural”.
Internet, videojuegos, móviles,... nuevas adicciones o nuevos comportamientos adictivos, comportamientos sexuales,compras compulsivas, manejo del dinero, etc. nos hacen pensar en nuevos trastornos conductuales; comportamientos en los que la persona pierde el control, en los que el individuo es dominado por la misma situación.
El atractivo de la posibilidad no sólo de ser sino de tener poder, influencia, atracción para el otro sexo o el propio, etc., se presenta deslumbrante y atrayente y además, ¡qué puede resultar más hedónico, gratificante, placentero, motivante y
reforzante que hacer “verdad” el sueño de la envidia y la ilusión de hacer real la irrealidad!
Hoy se abre ante los individuos el mundo del consumo compulsivo, de la pérdida del control en el anonimato, de la satisfacción de impulsos sin reprimirlos, del culto a demasiadas cosas que desbordan a la persona dotándola de una falsa idea de control.
Las personas, son seres sociales y como tales sus conductas están influidas,provocadas, generadas, en y por unos ambientes sociales. Esta verdad, aparentemente de perogrullo que ni siquiera debería reseñarse por patente, a menudo se nos pasa por alto, se diluye cuando en muchas actuaciones culpabilizamos a las más que probables víctimas.
No podemos culpabilizar al adicto, al sujeto que presenta un trastorno adictivo en el sentido más genérico del término. Al mirar sin parpadeos ni esquivas, sin soslayos ni disimulos, la cara de la adicción, no podemos verla plana. Una persona no
deja de ser el resultado de la interinfluencia de factores educativos, de los distintos ambientes de influencia que van conformando educacionalmente su manera de estar y su actitud ante la vida, su respuesta decisional.
No podemos ver tan solo una enfermedad que reclama o necesita una “curación”. Tenemos que dotar a esta visión con orejeras de una mayor profundidad, de una carga emocional y de sentimientos, en definitiva, de vida.
Pero no sólo de “una vida” del sujeto consumidor, sino de una vida en el significado más amplio. De padres y de hijos, de fracasos y de éxitos, de esperanzas y desilusiones, de convivencia armónica o de conflicto social, de madurez personal o de
desintegración individual y social. De marginación/exclusión o de acogida/integración, de sinceridad o de hipocresía, de mercadeo en la adicción o de humanidad en la misma,….
Ver más allá de la simplicidad de la enfermedad individual para llegar a la contaminación social de las drogas, es un objetivo irrenunciable, es una dirección con un solo sentido, sin posibilidad de duda, sin posibilidad de retroceso.
Queremos aportar alguna solución desde este enfoque, desde esta perspectiva global de las adicciones. Quizás estamos tocando fondo en las respuestas porque olvidamos a las personas, al alma de las personas que la adicción maneja.
Hace tiempo hablando del alcoholismo y sus consecuencias en el ámbito familiar, me planteaba “quién está más enfermo”, si el paciente alcohólico o los demás integrantes de la estructura familiar, hoy, ya pasados muchos años y en pleno siglo XXI,no me planteo aquella cuestión de quién está más enfermo, sino, en verdad, únicamente me pregunto ¿quién es el enfermo?

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