Las adicciones digitales son una realidad con la que convivimos los padres
y los hijos, y que sufrimos tanto unos como otros. La sociedad en su
conjunto está experimentando un cambio brutal, disfrutando de los
avances de la era digital y sufriendo sus inconvenientes, que no son pocos.
Eso sí, en la mayoría de las ocasiones, la parte negativa de la tecnología la
sufrimos porque hacemos un mal uso de ella. Simplemente por eso.
Los padres vemos con desesperación como nuestros hijos se pasan el
día enganchados a cualquier aparato que pongamos al alcance de sus
manos. Pasan horas y horas, se supone que estudiando o utilizando la
tecnología para mejorar su rendimiento escolar, pero lo cierto es que
hacen todo lo contrario. Están todo el tiempo chateando, con amigos o
desconocidos, que de todo hay en botica, y se crean una necesidad de
utilizar el ordenador que llega a ser insana. Bueno, digo el ordenador, pero
no podemos olvidar que disponen de decenas de aparatos tecnológicos
para pasar el tiempo. El móvil es uno de ellos.
En estos momentos, cualquier adolescente dispone de un teléfono móvil
con conexión a Internet; un pequeño ordenador del que no pueden ni
quieren separarse, ni siquiera para dormir.
Los hijos, en ocasiones, también sufren la adicción de sus padres. Muchos
profesionales llegan del trabajo a casa y siguen enganchados al ordenador
o la blackberry. Da la impresión de que en su empresa no hay otra
persona que trabaje, y que si no continúan en casa con sus quehaceres
profesionales la compañía se hundirá, y todos irán al paro. Lo cierto es
que su empresa puede pasar perfectamente sin ellos. El problema es que
ellos no pueden pasar sin su empresa; mejor dicho, no saben estar sin
ejercer, en todo momento, su actividad profesional.
Esto, se mire como se mire, es una adicción, y una falta de responsabilidad.
Por dos razones: Primero, porque los padres no se ocupan de sus hijos,
de cómo les ha ido en el colegio y de sus necesidades. Ni de sus cónyuges,
y luego nos extrañamos de que haya divorcios. Segundo, porque los
hijos ven estas conductas en los padres como algo totalmente natural y
tienden a imitarles, lo que significa que pasarán todo el día enganchados
y sus progenitores no podrán decir nada en contra de esta situación,
porque ellos hacen lo mismo. Se predica con el ejemplo.
Parece claro que la relación padre-hijo o madre-hijo se resiente. No
pensemos que son solo los padres los que tienen estas conductas, sino
también las madres. Eso sí, ellas suelen ser más inteligentes, sensatas
y responsables y lo normal es que pongan el interés de la familia por
encima de otras consideraciones. Lo normal es que cuando lleguen a casa
y procuren no seguir trabajando con temas de la oficina.
Esta afición desmedida a la tecnología, por decirlo con palabras suaves, tiene
también sus consecuencias en el ámbito docente. Muchos adolescentes,
cientos de miles en España, se van a la cama todas las noches, con el móvil
en la mano esperando que algún amigo les haga una perdida, lo que puede
ocurrir a las tres o a las cinco de la madrugada, por ejemplo. Si reciben
la llamada, que sus padres no oirán porque tienen el teléfono en silencio
con el vibrador activado, se van a despertar. Devolverán la llamada y ya
no descansarán. Llegarán al colegio rendidos y no se enterarán de lo que
se explica en clase.
Eso en el caso de que reciban la llamada. Pero si no la reciben y la
estaban esperando, la situación se agrava, porque sentirán ansiedad y
angustia “nadie me llama. Nadie se acuerda de mí. Mi novio – mi novia
ya no me quiere”, y otra sarta de tonterías que les van a afectar al día
siguiente en el aspecto personal y educativo. Y luego, claro, llegan los
suspensos.
Son situaciones que se repiten en todo momento. El móvil se ha
convertido en un elemento indispensable en nuestras vidas, a veces para
utilizarlo de forma racional y otras de manera a todas luces excesiva.
Como muestra un botón: incontables adolescentes no son capaces de
soltar el teléfono ni siquiera para comer.
A muchos de ellos no es raro verlos comiendo la sopa con la cuchara en la
mano derecha y trasteando con el móvil en la izquierda. Una dependencia
absoluta y nefasta.
Dependencia que se comprueba cuando un día, de repente, nuestro hijo
se olvida el móvil en casa y no puede utilizarlo en el colegio. Por cierto,
está prohibido llevarlo a clase, pero lo lleva. Bien, pues la ansiedad por no
poder mandarle un mensaje a su amigo Pablo es total, y no les deja estar
pendientes de las explicaciones del profesor. Eso de no poder chatear
con su amigo en toda la mañana es insufrible, a pesar de que su amigo
está dos pupitres más allá de él en su misma clase, a menos de dos
metros de distancia.
Contra esas situaciones indeseadas, insensatas y probablemente inexplicables
desde la lógica es contra lo que luchamos en Adiciones Digitales.
Sin olvidar, por supuesto, que la tecnología e Internet son una magnífica
ventana abierta al mundo, pero que hay que saber cuando abrimos o cerramos
esa ventana, para no coger una pulmonía,o peor.
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